ANÁLISIS

Roy-McMillan, un binomio en decadencia

Los problemas físicos de Roy ponen en duda su futuro y calientan la silla de McMillan

Enrique Calvo |

La situación en el vestuario de los Blazers va camino de ser explosiva. Su gran estrella, Brandon Roy, pasa por serios problemas físicos que han disminuido notablemente su rendimiento y con él el de su equipo, pero, en vez de asumir la situación, ha preferido disparar directamente contra sus compañeros.

El principal objetivo de sus críticas ha sido el veterano base Andre Miller. En unas desafortunadas declaraciones públicas, insinuó que si su juego era lento, se debía a la lentitud de su acompañante en el manejo del balón, o sea, Miller.

Chris Broussard llega a decir en ESPN, citando fuentes de la franquicia, que Roy planteó a los gestores de los Blazers un “o él o yo”, asegurando que no podían coexistir en el equipo y demandando que traspasaran a uno de los dos.

Cierto es que la mínima amenaza que supone Andre Miller en el lanzamiento exterior -1 de 17 en el triple este año y un triste 20% de efectividad a lo largo de su dilatada carrera- facilita el trabajo defensivo del rival, que puede descuidar su marca para poner dos defensores sobre Roy cuando éste recibe el balón.

También es cierto que la presencia de Miller, un base tradicional de los que gustan de llevar el balón, dificulta la intención de Roy de llevar el mando de la ofensiva y tener mucho más tiempo el balón en sus manos, al estilo de Bryant, Wade o LeBron James. Pero en cualquier caso, su forma de manejar todo este asunto está siendo más que desafotunada.

McMillan-Roy, un dúo a punto de caer en desgracia

No sólo por sus declaraciones sobre Miller, sino también por sus palabras cuestionando el ataque del equipo e insinuando que sus compañeros no se adaptan a su estilo de juego. Palabras que a buen seguro no han sentado bien al resto de la plantilla, como no debieron de sentar bien las de su técnico, Nate McMillan, cuando vino a achacar las derrotas del equipo al hecho de que sus jugadores no le hacían caso.

Ambos parecen no querer ver la realidad. El primero, Roy, pelea por mantener un nivel de juego y un estatus dentro del equipo que el estado de sus rodillas no le permite y hay serias dudas de que se lo vuelva a permitir.

En vez de ejercer de líder y buscar el apoyo de sus compañeros en momentos difíciles, ha decidido utilizarlos como excusa, tratar de emplearlos como escudo para desviar la atención hacia otro lado. Craso error que no sólo le habrá costado la pérdida de confianza de los que comparten vestuario con él, sino que le ha hecho perder el favor de muchos aficionados.

Unos aficionados, basta leer los diarios locales, que en buen número no sólo sienten que el futuro del equipo ya no está ligado a él, sino que ven como un lastre su millonario contrato cuando aún no se ha consumido el primer año de un acuerdo por 5 temporadas y más de 80 millones de dólares.

‘Rigor mortis’

En cuanto al segundo, cada día parece más aislado y falto de apoyos en la plantilla y en la grada. Sus rígidos sistemas ofensivos, con Roy, y en menor medida Aldridge, como único punto de referencia, se han convertido en pólvora mojada con el bajón físico de su estrella.

Ahora, otros deberían tomar el relevo, pero ni se les permite por el momento, ni está claro que alguien pueda hacerlo tras el devastador efecto que la mano de hierro de McMillan ha tenido sobre la creatividad de buena parte de los jugadores que han estado bajo su mando.

No es de extrañar por lo tanto que esas mismas voces de aficionados que han perdido la fe en Roy, pidan la cabeza de McMillan como responsable de los males que ahora mismo afligen a un equipo que hasta hace nada parecía destinado a estar en lo más alto de la NBA apoyado en el juego de Roy y la fortaleza de Greg Oden, otro gigante con rodillas de barro.

McMillan, como Roy, parece mirar para otro lado, tirar balones fuera, como si el problema fuera de los otros, pero nunca de él. Hasta ahora, esa estrategia le ha servido para sobrevivir pese a las críticas de muchos por lo aburrido del juego del equipo y por su falta de capacidad para sacar rendimiento a muchos de sus jugadores, algo necesario para subir ese último escalón a cuyo pie se han quedado siempre los Blazers en las últimas temporadas.

Pero el crédito de McMillan parece estar tocando a su fin. Él creó un equipo extremadamente dependiente de Roy, más de lo necesario, y ahora paga la ausencia de las alternativas que él mismo cercenó. Si el físico de Roy no se recupera, Portland tendrá que plantearse un nuevo escenario para su futuro, un escenario en el que no parece haber cabida para McMillan.