ANÁLISIS

La revolución silenciosa de Kevin Pritchard

Ángel Mustienes |

Kevin Pritchard es un hombre poco dado al histrionismo ni a la altisonancia en sus declaraciones, más bien es un tipo brillante de los que prefieren ir poco a poco, sin grandes alharacas, construyendo sin pausa desde un segundo plano, en silencio. Su paciente labor comienza a dar sus frutos en Portland.

La suya ha sido una revolución silenciosa, un cambio radical sin derramamiento de sangre, una ruptura que los Blazers necesitaban como agua de mayo. Y es que Pritchard, un hombre nacido en Indiana y formado baloncestísticamente en Kansas, ha sido el encargado de comandar una de las reconversiones más espectaculares del baloncesto NBA en los últimos años: el paso de los Jail Blazers a los Trail Blazers, la transformación de un grupo talentoso de jugadores llenos de vanidades, excesos y problemas con la policía en otro grupo igual o más talentoso que el anterior, pero preñado de sensatez.

El trabajo de Pritchard en los Blazers no se limita al año y medio que lleva como general manager, sino que va más allá, ya que habría que remontarse a su etapa de asistente del anterior general manager, Steve Patterson. Fue en 2006 cuando accedió a dicho cargo, lo que implica que en algo más de 2 años Pritchard ha impulsado un cambio de rumbo espectacular en el equipo de Oregón.

Transcurridos 20 años desde que Pritchard lograra como jugador el título universitario de la NCAA con Kansas, el ahora general manager puede presumir, a buen seguro no lo hará dado su carácter, de haber construido un equipo cargado de futuro, compuesto por los mimbres necesarios para aspirar al título en unos años, quién sabe si antes.

Los ‘Jail Blazers’

Para analizar esta historia habría que remontarse a principios de este siglo. Entonces, Portland Trail Blazers era un equipo de indudable talento dirigiéndose ya ladera abajo por su múltiples problemas con la justicia. Egocentrismo, juego egoísta, palabras y gestos despectivos en los vestuarios, falta de sacrificio y trabajo, peleas, salidas nocturnas plagadas de excesos, drogas, mujeres, detenciones, visitas permanentes a los calabozos...

Eran los tiempos en los que el narrador español de la NBA Andrés Montes llamaba al equipo “Sospechosos habituales”. Esos sospechosos tenían nombres y apellidos: Bonzi Wells, Rasheed Wallace, Shawn Kemp, Damon Stoudamire, Dale Davis, un Scottie Pippen de vuelta de todo, un incipiente Zach Randolph... después llegaron Darius Miles, Ruben Patterson, Sebastian Telfair... la cosa fue, año a año, a peor. Y fue en la temporada 2005-2006, con la llegada al banquillo de Nate McMillan, cuando la franquicia de Paul Allen emprendió un difícil proceso de reconstrucción que todos auguraban tortuoso.

La magia de los drafts

Pero ese camino, echando hoy la vista atrás, ha resultado mucho más dulce de lo que se esperaba. Y gran parte de culpa de ese milagro, en forma de suave aterrizaje, se debe a la mano maestra de Kevin Pritchard.

Poco a poco el club se fue desembarazando de los jugadores más problemáticos, de todos aquellos que estaban un día sí y otro también en los titulares de los periódicos por sus hazañas nocturnas y sus devaneos con la justicia. Y llegó el draft de 2006.

Ese draft de 2006 fue el pistoletazo de salida de los nuevos Blazers, aunque no hay que olvidar que en una labor igualmente callada, y sin Pritchard, Portland ya había pescado en mar revuelto dos auténticas joyas, que pasaron desapercibidas para otros, en los años 2003 y 2005. Sus nombres: Travis Marquez Outlaw y Martell Webster. Dos jovencitos a los que el club ha dejado crecer con paciencia hasta nuestros días.

Pero al año siguiente de hacerse con Webster, fue cuando los Blazers construyeron su primera obra de arte en la noche del draft. El equipo ya se había quitado de encima al prometedor base fallido Sebastian Telfair y al pívot venido a menos Theo Ratliff cuando llegó esa noche mágica de junio, noche de ilusiones y de buenas oportunidades para pescadores avezados.

Y la caña de los Blazers actuó con elegancia. El equipo de Oregón tenía el puesto número 4 y su elección fue el ala-pívot Tyrus Thomas. Pero por arte de magia, los Blazers unieron el destino de Thomas y el del ruso Victor Khryapa y se los cambiaron a los Bulls de Chicago por el número 2 del draft, LaMarcus Aldridge. Dos años después en Chicago deben todavía estar tirándose de los pelos.

En ese draft los Blazers habían conseguido a Randy Foye en el número 7. Pues bien, un día después de la elección, Portland daba otro golpe de efecto al cambiar a Foye por el número 6, un tal Brandon Roy. En Minnesota, equipo que hizo el intercambio con Portland, más de uno debe de estar todavía pidiendo explicaciones.

En definitiva, Portland –con Pritchard como asistente del general manager- se hizo en el draft de 2006 con los derechos de Roy y Aldridge, unos derechos que no tenía en principio. Casi nada.

Que siga la fiesta

Ese mismo año, los Blazers se hicieron también con los derechos del español Sergio Rodríguez, una apuesta que todavía no ha dado sus réditos, y tal vez el jugador que ha marcado un mayor abismo entre el gusto de Pritchard y el del entrenador, Nate McMillan.

Y llegó el draft de 2007, otro festín de los de Oregón. Número 1 del draft. La elección fue Greg Oden, que, si bien es cierto que aún no ha podido jugar debido a una lesión, se presenta como un jugador que marcará una época a poca suerte que tenga, porque su físico es un prodigio.

Esa temporada, Pritchard –que había sido nombrado general manager el 29 de marzo de 2007- envía a Nueva York a Zach Randolph. Desde mi punto de vista, se trata de uno de los mayores logros de Pritchard, ya que Randolph era el jugador franquicia equivocado, puesto que su juego egoísta lastraba el desarrollo colectivo del equipo, su abultado salario era un pozo económico para la franquicia y su carácter problemático no hacía más que crecer.

En ese envío de Randolph a la Gran Manzana, los ya Trail Blazers se hacen con los servicios de Channing Frye, un jugador que sirvió para reforzar el juego interior y que tiene un gran potencial debido a su juventud y calidad.

Además, en ese draft de 2007, el bueno de Kevin Pritchard hila otra de sus grandes operaciones, que pasó inadvertida para la mayoría de los analistas estadounidenses, pero no para los europeos: utiliza 3 millones de dólares para hacerse con los derechos del español Rudy Fernández, que había sido elegido en el puesto 24 por Phoenix Suns.

Así llegamos a la actualidad. En el último draft, este mismo verano, Portland elige a Brandon Rush en el puesto 13, pero en su línea de intensa actividad en la noche de junio, Pritchard diseña un cambio con Indiana que libera a Rush para hacerse con los derechos del base Jerryd Bayless y de Ike Diogu. Además, otro acuerdo, esta vez con Houston, lleva a Portland al francés Nicolas Batum.

Un plan diseñado a conciencia

Dirán ustedes si era necesario este prolífico repaso de los drafts de los últimos años. Creo que sí. Por la simple razón de que todos esos cambios nos obligan a pensar que detrás de los mismos había y hay una mente más que reflexiva bañada de conocimiento del juego y de aperturismo por lo que concierne al baloncesto internacional.

Y es que no hay que olvidar que Pritchard conoce bien el baloncesto europeo, no en vano triunfó, ¡y de qué manera!, en el año que jugó en España, precisamente en la región natal de José Manuel Calderón, Extremadura. Allí, en el Cáceres CB, el Kevin base ya perfiló su enorme talento para construir a su alrededor un equipo, aunque fuera como jugador.

El diseño de Pritchard, aunque sería injusto olvidarse de todo el equipo técnico y de ojeadores que le rodea, hace que a día de hoy Portland tenga el equipo más joven de la NBA (23,8 años de media) y que esa juventud esté acompañada de un prodigioso talento y de una notable capacidad física (es el equipo más alto de la NBA junto a Pistons y Wizards –2,03 de media- y una de las plantillas más ligeras de peso, lo que permitirá al equipo jugar con una marcha más que otros equipos).

Junto a esos datos, tenemos que el conjunto que dirige McMillan cuenta en estos momentos con el salario medio más bajo de la liga –menos de 4 millones de dólares por jugador-. Un salario medio que sólo supera por lo bajo Memphis. Pero claro, los Grizzlies son uno de los peores equipos de la NBA y los Blazers son uno de los equipos con mayor futuro.

Ahora mismo, los 2 jugadores que cobran un mayor sueldo son 2 jugadores que no aportan nada al equipo: Ralf LaFrentz (12,7 millones) y Miles (9 millones). Al primero sólo le resta un año de contrato, por lo que a partir de la temporada 2009-2010 dejará de ser una rémora económica y deportiva para el club; el segundo ya es historia una vez que Portland se lo ha quitado de encima tras abonar los 18 millones de dólares que le quedaban por cobrar en las 2 próximas temporadas. Era Miles, precisamente, el último elemento identificable de aquellos Jail Blazers que tanto daño hicieron a la imagen de la franquicia.

Y lo mejor de todo es que dada la juventud de la plantilla, los esfuerzos económicos para la renovación de la misma no llegarán hasta el 2010, y será de la mano de jugadores muy buenos, pero de segundo orden como Outlaw, Webster y Frye.

Eliminado Darius Miles, todo lo que queda en la pista ahora es un soplo de aire fresco: Steve Blake, Bayless y Rodríguez como armadores (una vez traspasado Jarret Jack, que poco podía aportar a la organización del juego), Roy y Fernández como dúo estelar de escoltas, Webster y Outlaw como aleros de calidad, Aldridge, Oden, Frye, Diogu y Batum como jóvenes talentosos en el juego interior.

Si la temporada pasada los Blazers ya firmaron 41 victorias y 41 derrotas en la salvaje Conferencia Oeste, la próxima campaña puede ser la del despegue definitivo de un auténtico cohete a propulsión que nadie sabe hasta dónde podrá llegar.

Aunque pueda equivocarme, yo creo firmemente en este equipo. Y es que, después de tanta sinrazón, corren buenos tiempos en el Rose Garden: los tiempos ilustrados de Kevin Pritchard.