ANÁLISIS

El baloncesto es un juego colectivo

Ángel Mustienes |

Han pasado 107 años desde que el canadiense James Naismith inventara este maravilloso deporte que se llama baloncesto, y algunos, si no muchos, siguen empeñados, hoy por hoy, en pleno siglo XXI, en abordar este juego desde una perspectiva individual en vez de enamorarse de su belleza colectiva. En Estados Unidos es cada vez más frecuente. Y en el resto del mundo, entre los más jóvenes, empieza a ser esa idea individualista un cebo demasiado goloso.

Digo todo esto porque un año más nos acercamos a la lotería del draft, a ese momento en el que los mejores jugadores universitarios dan el salto al profesionalismo y se hacen, teóricamente, 'hombres' en el terreno deportivo. Analizando esas elecciones a lo largo de los últimos años se experimenta una sensación inequívoca: algo está fallando en los cimientos del gran baloncesto norteamericano.

Hace algunos días desayunamos con la lista de jugadores universitarios que se declaraban elegibles para intentar acceder a la NBA este año sin haber cumplido los años precisos de universidad para acceder al draft. Es decir, aquellos que anticipan el salto porque no pueden perder más tiempo en formarse, porque ese tiempo, al fin y al cabo, es una pérdida de suculentos ingresos económicos. Y así llevamos ya bastantes años.

A uno se le encoge el corazón al ver la lista. Es cierto que en ella hay freshmen (jugadores que sólo han estado un año en la universidad) que posiblemente puedan triunfar en la NBA gracias a sus prodigiosas condiciones. Me refiero a los Michael Beasley, Derrick Rose, Jerryd Bayless, O.J.Mayo o Eric Gordon. Pero van a llegar a la NBA sin apenas formación académica y con dudosos criterios baloncestísticos en lo colectivo.

Su camino sigue la estela de las grandes promesas del baloncesto norteamericano de los últimos años. Greg Oden y Kevin Durant, los dos primeros del draft en 2007, sólo estuvieron un año en la NCAA, Andrew Bynum, de la cosecha de 2005, ni siquiera jugó, siendo drafteado con 17 años...

Es cierto que hay grandes estrellas de la NBA que nunca pasaron por la universidad. Kevin Garnett, Tracy McGrady o Kobe Bryant son los tres grandes ejemplos, aunque los aficionados suelen olvidar que el gran Kobe se hizo baloncestísticamente en Europa, ya que fue en Italia donde aprendió a jugar de niño.

Muchos saltos precipitados

Pero pocos recuerdan a otros que pasaron directamente al profesionalismo sin recurrir con anterioridad a una etapa formativa tan importante como es la universidad. ¿O es que alguien recuerda a Leon Smith, que llegó a los Mavericks sin pisar un centro universitario y que, tras ser despedido por Dallas a los 19 años, fue detenido por la policía cuando iba vestido de indio tras ingerir un número desorbitado de pastillas?. ¿Y de Ellis Richardson?, ¿alguien se quedó con su nombre a no ser sus compañeros de prisión?. Por no hablar de Korleone Young, al que tal vez recuerde algún aficionado despistado de los Canberra Cannons, de la liga australiana de baloncesto...

La cosecha de sonoros fracasos es muy extensa. La mayoría no son tran brutales como los descritos, aunque no dejan de ser espectaculares. En el rango de los más notables habría que colocar a dos jugadores actuales de Memphis Grizzlies: Kwane Brown, que fue número 1 del draft, y el serbio Darko Milicic, que fue número 2, porque tampoco los extranjeros están libres de pecado. Dos jugadores infantiles e inmaduros que saltaron a la NBA con cuerpos de hombre que no estaban en consonancia con sus mentes.

A fuerza de ver el draft año tras año uno se acostumbra. El buen aficionado se carga de valor cuando recuerda el de 2003 y se le abren los ojos como platos. Que si LeBron James, que si Melo Anthony, Dwayne Wade, Chris Bosh... pero, ¿y el del año siguiente?. Pues vuelta a empezar. De los 20 primeros del draft 8 llegaron a la NBA directos desde el instituto. Los hubo que sobrevivieron con éxito (Dwight Howard, Al Jefferson...), pero qué decir de Robert Swift, Sebastian Telfair, Dorrell Wright...

El poder de la fama y el dinero

Es difícil conjugar las variables en las que se mueve el baloncesto de Estados Unidos. Realmente parece más que complicado decirle a un chaval que ha de seguir formándose personal y deportivamente algún año más mientras podría estar en un equipo de la NBA ganando una pasta y solventando de un plumazo los problemas económicos de su familia. Porque no hay que olvidar que muchos chicos son de estratos sociales muy bajos.

La NBA es golosa. Pero ante ese dulce ha de ser el propio pastelero el que ponga los límites a los niños. Y ese pastelero ha hablado. El Comisionado de la NBA, David Stern, ya adelantó que este desmadre se va a acabar. Que a partir de 2011 la edad mínima para entrar en la NBA será de 20 años, que los jugadores universitarios habrán de estar, al menos, dos años formándose. Regreso al origen, porque nadie duda de que Wilt Chamberlain, allá por los 50, podría haber accedido al profesionalismo sin jugar en la NCAA o haciéndolo sólo un año. Pero entonces, los freshmen no podían ser elegidos.

Un repaso rápido a la historia de esta liga nos revela como grandes estrellas como Oscar Robertson, Elgin Baylor, Kareem Abdul Jabbar, Larry Bird, Michael Jordan... compitieron 3 años en la liga universitaria. También estuvo 3 años el legendario Pete Maravich. 'Pistol' promedió en su etapa universitaria 44 puntos por partido. ¿Alguien se imagina a un joven de hoy en día 'pudriéndose' en la universidad con esa media de anotación?.

El caso de los bases, el más grave

Toda esta impaciencia por llegar cuanto antes a la cima se hace más dramática cuando hablamos de bases, ya que un director de juego debe ser el motor de sus compañeros, y eso se logra con madurez y conocimiento del juego.

La NCAA es una liga estupenda para un base. La elevada exigencia táctica y los 35 segundos de posesión permiten al armador del juego familiarizarse con el aspecto más cerebral y colectivo de este deporte, y permiten que si una jugada no sale a la primera se puedan intentar de nuevo sin que se agote la posesión.

El gran John Stockton agotó su ciclo universitario. Estuvo 4 años en Gonzaga. Y cuando llegó a la NBA su capacidad de liderazgo estaba ya construida. Hoy, la mayoría de los bases de la liga -los jóvenes y los no tan jóvenes- poseen grandes fundamentos individuales, pero carecen de una visión íntegra del juego.

Todo este culto al individualismo, que no está mal a veces, contrasta con la terca realidad de los últimos años, un tiempo en el que la mejor trayectoria del Oeste ha sido para San Antonio Spurs y la mejor del Este para Detroit Pistons. Dos superequipos que juegan como equipos, de forma solidaria y colectiva. Da gusto verlos jugar, pero tienen bajas audiencias porque el público estadounidense está acostumbrado al uno contra uno, a la ruptura individual. Es su 'way of life'.

No deja de ser un modo infantil de ver el mundo y de ver el baloncesto que se inserta en ese mundo. En esa vorágine de individualismo e inmediatez cabalga la NCAA actual y también la NBA, cuyo individualismo es desaforado.

Y es que ya lo dijo el gran Goethe hace dos siglos: "La juventud quiere ser estimada más que ser instruida".